16ª Semana de cine japonés
La hierba errante
Ukigusa
Japón, 1959. Color. V.O.S.E. 119’
Dirección: Yasujirō Ozu.
Guion: Yasujirō Ozu, Kōgo Noda.
Fotografía: Kazuo Miyagawa.
Dirección Artística: Tomo Shimogawara.
Música: Takanobu Saitō.
Productora: Daiei.
Interpretación: Ganjirō Nakamura, Machiko Kyō, Ayako Wakao, Hiroshi Kawaguchi, Haruko Sugimura, Chisū Ryū.
Sinopsis: La compañía de teatro de Komajuro Arashi llega a una pequeña aldea costera al sur de Japón. En este lugar vive Oyoshi, una antigua amante con la que tuvo un hijo, Kiyoshi, quien supone que Komajuro es su tío. Pero cuando Sumiko, actual amante de Komajuro, descubre sus andanzas hogareñas, decide vengarse convenciendo a Kayo, una bella actriz de la compañía, para que seduzca a Kiyoshi a cambio de dinero. En contra de lo planeado los dos jóvenes acaban enamorándose, al tiempo que la compañía empieza a sufrir serios problemas económicos que amenazan con llevar a Komajuro a la ruina.
Reseña: Remake de su gran obra maestra del período mudo, La hierba errante supuso la segunda de las tres películas que Yasujirō Ozu rodó fuera de la Shochiku y la tercera de sus producciones a color tras Flores de equinoccio (1958) y Buenos días (1959). Sobra decir que este cambio de escenario no se tradujo en una alteración significativa de su personalísimo modelo formal y narrativo. Con ligeras variaciones, la película repite el patrón asumido por Ozu a partir de Primavera tardía (1948), articulando su habitual programa estético en torno a un conflicto paterno-filial. La ambientación del relato en una remota población costera (toda una rareza en la filmografía de un autor acostumbrado a retratar la monotonía de la vida familiar en los márgenes de la geografía urbana), tampoco le impediría demostrar su maestría a la hora de emplear la voluptuosidad de los cuerpos y los objetos con fines dramáticos, aunque nunca con tal grado de exuberancia. En efecto, la sofisticada fotografía del film (obra del legendario director de fotografía Kazuo Miyagawa, mundialmente conocido por sus trabajos para Kurosawa y Mizoguchi), aporta una cualidad pictórica inusitada a las ya cuidadas elaboraciones visuales de Ozu. El resultado es una sucesión de paisajes luminosos e interiores monocromáticos punteados por imágenes de un intenso azul y rojo. Y por encima de todo, una analogía: la del faro y la botella, que forma ya parte indisoluble de la iconografía del cine moderno.