Samurái
Miyamoto Musashi
Japón, 1954. Color. V.O.S.E. 93’.
Dirección: Hiroshi Inagaki.
Guión: Hiroshi Inagaki, Tokuhei Wakao.
Fotografía: Jun Yasumoto.
Montaje: Hideshi Ohi.
Música: Ikuma Dan.
Productora: Tōhō.
Interpretación: Toshirō Mifune, Rentarō Mikuni, Kurōemon Onoe, Kaoru Yachigusa, Mariko Okada, Mitsuko Mito, Eiko Miyoshi, Akihiko Mirata, Kusuo Abe.
Sinopsis: Al paso de las tropas por la aldea de Miyamoto, dos amigos, Takezo y Matahachi, abandonan su hogar para combatir en la decisiva batalla de Sekigahara. Consumada la derrota de su clan, los dos jóvenes buscan refugio en casa de las ambiciosas Oko y Akemi. Ambas fingen ser dulces y honradas granjeras pero, en realidad, se ganan la vida desvalijando a los samuráis muertos en combate. Cuando el lugar es asaltado por un grupo de bandidos, Matahachi huye a Kyoto con las mujeres dejando atrás a Takezo, quien, dispuesto a recuperar su antigua vida, pone rumbo a Miyamoto con un futuro incierto.
Reseña: Coincidiendo con el auge del imperialismo, el carácter marginal y contestatario de aquellos anti-héroes pronto haría recaer sobre el chamabara el peso de la censura. Pese a su popularidad, un buen número de películas fueron cuestionadas, cuando no directamente mutiladas por un gobierno dispuesto a desposeer al género de su trasfondo crítico, animando a escritores y cineastas a reemplazar a sus sediciosos protagonistas por modelos de conducta menos repudiables. En este trance, Hiroshi Inagaki fue escogido por Nikkatsu para adaptar la serie de aventuras Miyamoto Mushashi [1935-1939], obra del conocido autor de novelas históricas Eiji Yoshikawa que había tenido un respetable éxito en las páginas del diario Asahi Shimbun. Entre 1940 y 1942, Inagaki rodó un total de tres películas sobre la vida de este mítico personaje, maestro de la espada y ejemplo de ética samurái, que como muchas otras obras de aquel período fueron requisadas tras la derrota por las Fuerzas de Ocupación. Paradojas del destino, su ingreso en Tōhō a principios de los años 50 le daría la oportunidad de restituir aquella trilogía con una nueva producción a color y de gran presupuesto, cuya primera entrega acabó siendo premiada con un Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Aunque prolija en escenas de acción, Samurai se distancia de los desenfadados chambara de los 20 y 30 para abrazar los códigos del melodrama didáctico que ya habían sido empleados por Inagaki en la primera serie. Mushashi comienza siendo un furioso proscrito, pero tras entregarse a las autoridades y recibir la humillación de la plebe renuncia a la violencia sin control para poner su brazo al servicio de nobles propósitos. Abocado a este proceso de auto-conocimiento, el relato de sus hazañas no busca divertir al espectador con un despliegue de comicidad o fuerza física, sino impartir una lección moral cuyo mensaje parece plasmar la propia evolución del género hacia contenidos más serios.