Yojimbo
Yōjinbō
Japón, 1961. B/N. V.O.S.E. 110’.
Dirección: Akira Kurosawa.
Guión: Akira Kurosawa, Ryūzō Kikushima.
Fotografía: Kazuo Miyagawa.
Montaje: Akira Kurosawa.
Dirección Artística: Yoshirō Muraki.
Música: Masaru Satō.
Productora: Tōhō.
Interpretación: Toshirō Mifune, Tatsuya Nakadai, Yokō Tsukasa, Isuzu Yamada, Daisuke Kato, Takashi Shimura, Eijirō Tōno, Kamatari Fujiwara, Seizaburō Kawazu.
Sinopsis: Guiado por el azar, un samurái vagabundo recala en una ciudad conocida por acoger una importante feria de la seda, pero al llegar descubre que la población está colapsada por el enfrentamiento entre dos grupos rivales: a un lado la banda de Seibei, que protege los negocios del comerciante de seda, Tazaemon; al otro, la de Ushi-Tora, financiada por el productor de sake, Tokuemon, que aspira a quedarse con el negocio de su rival. Dispuesto a acabar con las luchas, el samurái ofrece sus servicios como mercenario a las dos facciones con la esperanza de que unos y otros acaben matándose entre sí.
Reseña: La década de los 50 marcará el inicio de una renovada era de esplendor para el chambara que contará con Akira Kurosawa como principal exponente dentro y fuera de Japón. El nuevo contexto democrático heredado de la Ocupación devuelve al rōnin a su condición de agitador social y esporádico defensor del pueblo, pero sus acciones ya no estarán motivadas ni por un caprichoso deseo de matar ni por un compromiso moral impuesto por su clase, sino, en todo caso, por el fundamento de una sólida ética personal. El maestro Kanbei de Los siete samuráis [1954] y, sobre todo, Sanjūrō en sus dos versiones, Yojimbo [1961] y Tsubaki Sanjūrō [1962], interpretarán de distinto modo este nuevo paradigma de samurái dispuesto a sacrificar su vida, más por convicción propia que por un impulso asesino o un elevado concepto del honor. En Yojimbo, la cinta de mayor éxito de toda su carrera, Kurosawa compone un chambara a la vieja usanza que homenajea sin rubor al “cine de espadas” de preguerra: los personajes son caricaturescos y muchas situaciones se desarrollan en un tono inesperadamente cómico acompasado por la música; Sanjūrō es terco y holgazán como el Tange Sazen de Yamanaka, y al igual que éste, pasa la mayor parte del tiempo pidiendo sake al tabernero sin que parezca dispuesto a hacer nada; hasta la trama recuerda al tono crítico-social de las películas de Mansaku Itami en las que uno o varios samuráis se enfrentaban a los poderes feudales, reemplazados aquí por dos comerciantes cuyos intereses son defendidos por hordas de ridículos bakuto. Vista hoy, Yojimbo bien pudiera ser la burla de un director en la cima de su carrera hacia una industria cinematográfica en la que los jóvenes yakuza empezaban a suplantar a los viejos héroes.