Isla de perros
Isle of dogs
Estados Unidos - Alemania, 2018. Color. V.O.S.E. 101’.
Dirección: Wes Anderson.
Guion: Wes Anderson, Roman Coppola, Jason Schwartzman, Kunichi Nomura.
Fotografía: Tristan Oliver.
Montaje: Edward Bursch, Ralph Foster.
Dirección Artística: Curt Enderle.
Música: Alexandre Desplat.
Productora: 20th-Century-Fox.
Interpretación: Bryan Cranston, Koyu Rankin, Edward Norton, Bob Balaban, Jeff Goldblum, Bill Murray, Kunichi Nomura, Akira Takayama, Greta Gerwig, Frances McDormand, Akira Ito, Scarlett Johansson, Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Yoko Ono.
Sinopsis: Archipiélago japonés, dentro de veinte años. Una extraña epidemia de gripe canina asola la ciudad japonesa de Megasaki. Para proteger a la población, el alcalde Kobayashi decreta el estado de emergencia y ordena recluir a todos los perros de la ciudad en Isla Basura. Como muestra de su compromiso, el primer condenado por la medida será Spots: un mestizo de pelaje blanco con manchas negras, fiel guardaespaldas de su pupilo huérfano Atari. Seis meses después, el niño emprende viaje a la isla para rescatar a su mascota, reclutando para su misión a una manada de perros alfa liderada por el huraño Chief. Mientras tanto, los miembros del Partido Científico celebran el descubrimiento de una cura para el mal, cuya existencia será inmediatamente silenciada por el alcalde Kobayashi.
AFORO LIMITADO. ENTRADA GRATUITA CON INSCRIPCIÓN. + INFO: AQUÍ
Reseña:
Japonismo contemporáneo, Neo-Japonismo, Japonismo High-Tech… La incertidumbre que emana de la actual era de la Hiper-modernidad impide apresar plenamente el sentido del Japonismo y sus mutaciones en el contexto de un mundo cada vez más heterogéneo y globalizado. Impulsada por la industria digital, el kawaiismo y la cultura otaku, la marca “Cool Japan” ha sustituido al viejo “Made in…” en la conciencia de los consumidores/espectadores que asisten desde Occidente a la fantasía del nuevo Japón. Pero en contra de lo que podría parecer, este cambio de eslogan no indica tanto una cuestión de marketing como de sustancia. O mejor dicho, de ausencia de ella.
A partir de la década de los 70, la llegada de las series de animación y los productos electrónicos de uso doméstico como el walkman y las consolas Atari introdujo en los hogares de la clase media una nueva imagen de Japón asociada al entretenimiento y la hiper-tecnología. El acceso a los objetos de consumo nipones dejó de ser una excentricidad burguesa para entrar de lleno en la cultura de masas, y muy pronto, Occidente se inundó de figuras de Mazinger Z, Hello Kitty y Super Mario, al tiempo que las realidades alternativas del manga y el anime se hacían un hueco en las estanterías de los video-clubs, y los logotipos de empresas como SONY o Nintendo se volvían familiares en la memoria gráfica colectiva.
Cruzado el umbral del nuevo milenio, Japón es hoy una amalgama de iconos que ya no aportan una visión concreta del mundo del que proceden ni ayudan a construir un relato de “lo japonés”, aunque los signos de lo que en otro tiempo se entendía por “japonesidad” —las katanas, los kimonos, la retórica Zen…— puedan seguir formando parte eventual de sus ficciones. Sus imágenes parpadeantes estimulan la imaginación de un Occidente que bebe hechizado de las superficies pulimentadas de los smartphones, cuyos bordes redondeados asumen ahora el poder de atracción que antaño ejercía el marco de las estampas, las fotografías y las pantallas analógicas de cine y televisión. Japón, ahora más que nunca, encarna la utopía de un mundo inmaterial de formas —desechables o coleccionables, según el gusto del consumidor— en el que nada guarda su sentido y todo resulta único e indistinto a la vez.
Isla de perros, segunda película de animación de Wes Anderson tras El fantástico Sr. Fox [2009], refleja el espíritu heterogéneo e indefinido de esta nación “guay” sometida al imperio de lo lúdico. O como en este caso, al universo particular de un cineasta obsesionado con la idea de hacer pasar el mundo por el filtro de su arrolladora personalidad. La película es, en cierto modo, un inventario de figuras aunadas por la etiqueta #nippon, bajo la que se compilan sin pudor toda clase de referencias extraídas de la alta y baja cultura japonesa. En ella encontramos la retórica clásica de los gunki-monogatari y el esquema narrativo de los video-juegos de plataformas; la arquitectura tradicional y las mega-urbes; la lírica haiku y el lenguaje geek; las geishas y los mitos pop; los paisajes ukiyo-e y los escenarios post-atómicos del manga; la parafernalia kabuki y las citas cinéfilas a Kurosawa y Ozu. Nada de ello responde, sin embargo, a un propósito esclarecedor. Anderson no busca traducir el enigma de Japón, sino recrearse en su textura del mismo modo en que se atiende al misterio de un kanji o se escucha el sonido indescifrable de un diálogo pronunciado en japonés: por puro y simple placer estético. Isla de perros es, al menos en este sentido, un producto cien por cien Wes Anderson y cien por cien Japón. Aunque eso, a decir verdad, puede que no signifique nada.
Aythami Ramos.