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Harakiri

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HARAKIRI

Harakiri. Alemania, 1919. B/N (tintado). V.O.S.E. 80’.

Dirección: Fritz Lang.
Guion: Max Jungk.
Fotografía: Max Fassbender.
Dirección Artística: Heinrich Umlauff.
Productora: Decla.
Interpretación: Paul Biensfeldt, Lil Dagover, Georg John, Rudolf Lettinger, Erner Hübsch, Käte Küster, Niels Prien, Hedwig Wollan, Loni Nest, Meinhard Maur.
Sinopsis: Nagasaki, finales del siglo XIX. O-Take-San es una joven doncella cuyo padre, señor del clan Tokuyawa, se niega a entregarla como vestal al prior del templo buddhista del “Bosque sagrado”. Cegado por su deseo de poseer a la muchacha, el monje acusa al daimyō de traicionar los valores japoneses con su carácter permisivo hacia los occidentales, obteniendo del emperador su condena a muerte mediante el suicidio ritual del harakiri. Tras descubrir horrorizada la consumación del seppuku, O-Toke-San se resigna a su inevitable destino y acepta la protección del monje, que la recluye entre las paredes del santuario para convertirla en sacerdotisa. Todo cambia el día en que Olaf Anderson, un oficial de la Marina alemana, irrumpe por sorpresa en el jardín prohibido del templo.

Aforo limitado. Entrada gratuita con inscripción. +Info: aquí.

Reseña:

La gran ola japonista que recorrió el mundo durante el último tercio del siglo XIX y primeros años del XX consolidó la imagen de la geisha como paradigma de la “japonesidad” soñada por Occidente. Un mito ambivalente, mitad doncella, mitad cortesana, en el que se fundieron buena parte de las ficciones que europeos y americanos fueron construyendo a partir de interpretaciones sesgadas sobre los usos y costumbres japonesas. Asuntos que, en el mejor de los casos, apenas conocieron, y que prácticamente habían desaparecido de la realidad social del país a comienzos de la era Meiji.

Así como el emperador chino había encarnado el ideal de lujo y poder al que aspiraba el antiguo régimen, la geisha personificó a ojos de la burguesía el prototipo de distinción y sensualidad que las mujeres modernas debían imitar y los hombres poseer. Más aún, puede decirse que el propio Japón fue asimilado por medio de los enseres, las estampas y las fotografías del universo femenino como una amante sofisticada, capaz de alentar con su mera presencia un elaborado juego de seducción en el que la pasión que antaño había despertado el cuerpo desnudo de la odalisca se rendía al placer estético que proporcionaban los peinados, los uchiwa y los kimonos de seda.

No hubo que esperar demasiado para que esta erotización de la otredad nipona se tradujese en motivo pictórico y no menos importante reclamo publicitario, cimentando en el imaginario de la época un modelo de feminidad exótica y disciplinada, experta en las artes amatorias y rigurosa en el orden del hogar, que tomaría cuerpo en la figura literaria de Madame Crysanthème [1897], creada por Pierre Loti e inmortalizada por Giacomo Puccini con el sobrenombre de Madama Butterfly. Basada en sus experiencias personales como oficial de la Marina francesa en Nagasaki, la obra de Loti inspiró una narración corta de John Luther Long llevada a lo escenarios por el dramaturgo David Belasco, ya con la trama y el título que harían mundialmente famosa a la ópera de Puccini estrenada en 1904. Quince años más tarde, el jefe de producción de la Decla, Erich Pommer, encomendó al guionista Max Jungk la tarea de escribir una versión cinematográfica a partir de la pieza de Belasco. La película, que acabaría dirigiendo un primerizo Fritz Lang —quien ese mismo año había debutado como realizador en la compañía—, se consideró perdida hasta que en 1987 apareció una copia en la filmoteca holandesa.

En contra de la supuesta impericia de su autor, Harakiri no sólo es una estimable prueba del talento de Lang, sino también un modélico ejemplo de estética japonista llevada al cine, con todo lo que ello podía significar de insólito anacronismo en plena era de las vanguardias. Su forma de retratar a los diferentes personajes y objetos contenidos en la escena –muchos de ellos, piezas japonesas auténticas prestadas por el museo etnográfico I.F.G. Umlauff de Hamburgo cuyo director, Heinrich Umlauff, participó como diseñador en el film– parece, de hecho, encuadrarse en la línea academicista de De Jonghe, Stevens o Merrit Chase, con sus pinturas de damas burguesas enclaustradas en estancias atestadas de abanicos, sedas y exuberantes biombos. Lang dispone cada pieza con el detallismo de un orfebre, restando el aire entre las figuras para recrear un mundo de rígidas jerarquías donde las mujeres son prisioneras del deseo masculino y los occidentales se mueven con tanta torpeza como despreocupación. La rigurosa geometría de los espacios contribuye de ese modo a subrayar la pesadumbre que envuelve la vida de O-Take-San, presa de una fatalidad que anticipa en cada fotograma su inevitable su destino.

Aythami Ramos

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