LA HIJA DEL SAMURÁI
Die tochter des samurai
Alemania - Japón, 1937. B/N. V.O.S.E. 126’.
Dirección: Arnold Fanck.
Guion: Arnold Fanck.
Fotografía: Richard Angst, Walter Riml, Isamu Ueda.
Montaje: Arnold Fanck, Alice Ludwig.
Dirección Artística: Kenkichi Yoshida.
Música: Kosaku Yamada.
Productora: Terra - J.O. Studio - Towa Shoji G.K.
Interpretación: Isamu Kosugi, Setsuko Hara, Sessue Hayakawa, Ruth Eweler, Yuriko Hanabusa, Eiji Takagi, Haruyo Ichikawa, Kichiji Nakamura, Max Hinder, Nisao Tokiwa.
Sinopsis: Tras completar sus estudios de agronomía en Alemania, Teruo Yamato regresa a Japón en compañía de su amiga, la periodista Gerda Storm, a la que ilustra durante el viaje acerca de las singularidades de la identidad nipona. Antes de marcharse a Europa, Teruo, hijo de un modesto agricultor, fue adoptado por un patriarca samurái sin hijos varones, comprometiéndose de ese modo a casarse con Mitsuko, la única descendiente, para asegurar el linaje de la familia. Sin embargo, la vida en Occidente le ha permitido disfrutar de un individualismo al que ahora no le resultará fácil renunciar, obteniendo por ello el rechazo de aquellos que le rodean. Atrapado en la dicotomía entre tradición y modernidad, Teruo tendrá que descubrir de nuevo el significado de ser japonés.
Aforo limitado. Entrada gratuita con inscripción. + Info: aquí
Reseña:
Con la caída del shogunato y el ascenso al poder del emperador Meiji, el desfase entre la visión japonista occidental y la verdadera realidad japonesa fue acentuándose a medida que el país entraba en un acelerado proceso de transformación. En su afán por contrarrestar las ansias coloniales extranjeras, Japón se propuso absorber rápidamente todo el conocimiento que pudiera procurarle el mundo exterior, convirtiéndose en pocos años en la principal potencia económica y militar del continente. La sorpresa que provocó entonces la noticia de sus primeras incursiones en Asia obligó a Occidente a reconfigurar el mapa geopolítico para incluir entre las fuerzas expansionistas a una nación “no blanca”, fuertemente industrializada y capaz de derrotar en combate a la mismísima Rusia. Como consecuencia, el interés por el mundo femenino comenzó a desplazarse hacia el campo de la imaginería militar, abriendo el horizonte del Japonismo en el arranque de un nuevo siglo que acabaría conduciendo al horror de dos guerras mundiales.
Aunque ayudada, sin duda, por este ambiente de beligerancia, la exaltación del soldado japonés en la cultura visual de la época respondió en buena medida a la imagen interesada que de él se encargaron de promover los distintos gobiernos imperiales. La iconografía de combate de las estampas sensō-e, ampliamente difundidas por la prensa gráfica de la época, fue, en este sentido, determinante a la hora de conformar una estética del guerrero asociada a la destrucción y a la máquina, según el ideal mecanicista llevado luego al extremo por el Futurismo italiano. Otro factor fundamental fue la publicación en Estados Unidos del libro Bushidō: The Soul of Japan [1899], escrito en lengua inglesa por el diplomático convertido al cristianismo Inazō Nitobe. Para Nitobe, el viejo código de conducta samurái debía ser asumido por la nueva sociedad nipona como salvaguarda de su identidad nacional, constituyéndose en una suerte de guía moral —y en cierto modo, también religiosa— del pueblo frente a la incursión de valores foráneos. La definición de esta “esencia japonesa” en el marco de la Modernidad constituiría uno de los principales vectores del discurso imperialista. En especial durante la década de los 30, cuando un gobierno Shōwa plenamente entregado a la doctrina del Panasianismo impulsó la creación del kokusaku-eiga o “cine de política nacional”, en cuya factura colaboraron todos los grandes directores de la primera edad de oro.
El acercamiento entre Japón y la Alemania nazi que se produjo al abrigo de aquellos años motivó la coproducción de un film de fuerte carga ideológica destinado a conciliar el espíritu de sus diferentes razas. Arnold Fanck, por la parte alemana, y Mansaku Itami, por la japonesa, fueron los escogidos para coordinar aquella visión conjunta que acabó con la pelea de los cineastas y el montaje de dos películas, realizadas de forma simultánea y con el mismo equipo, pero con discursos manifiestamente distintos. Aunque lastrada por su torpe argumento e insoportable proselitismo, La hija del samurái destaca por su minuciosa labor documental a la hora de exponer las contradicciones de un Japón obsesionado por ser moderno y atávico a la vez, apegado a su propia tierra y codicioso de nuevos territorios. Fanck, conocido por sus películas de escenas alpinas, se aleja gradualmente de la vida urbana y el mundo industrial para recrearse en la filmación de paisajes y costumbres estereotipadas. Como si el verdadero propósito de la película no fuese otro que el de encontrar algún lugar, algún vestigio de aquella nación inventada que Occidente había soñado a través del marco de las estampas y las fotografías. El último reducto de la geisha, condenada por el curso de la Historia a perecer a la sombra de la máquina y el super-hombre.
Aythami Ramos.