Dirección: Mikio Naruse.
Guion: Toshirō Ide.
Fotografía: Masao Tamai.
Montaje: Eiji Ooi.
Dirección Artística: Satoru Chūko.
Música: Ichirō Saitō.
Productora: Tōhō.
Interpretación: Mieko Takamine, Ken Uehara, Rentarō Mikuni, Michiyo Aratama, Sanae Takasugi, Chieko Nakakita, Yatsuko Tan’ami, Hajime Izu, Yoshiko Tsubouchi.
Sinopsis: Tras diez años de matrimonio, la convivencia entre Mineko y su esposo Jūichi se ha vuelto insoportable. Incapaces de engendrar un hijo, la existencia gris y monótona de los Nakagawa es compartida por diversos personajes a los que acogen en su casa como inquilinos: Tadashi, un estudiante de Bellas Artes; la señora Matsuyama, una antigua maestra de escuela que trabaja como camarera en un bar de Ginza; su esposo, un ex-soldado sin empleo que ahoga sus penas en el alcohol; y por último, la señorita Mineuchi, también camarera y protegida del señor Kitou, el maduro propietario de una carpintería que con su adulterio está llevando a su familia a la ruina. Cuando Jūichi se enamora sinceramente de su compañera de oficina Fusako, una joven viuda y madre de un niño, Mineko, educada en los valores tradicionales del matrimonio, hará prevalecer su condición de legítima esposa oponiéndose con todas sus fuerzas a la posibilidad del divorcio.
AFORO LIMITADO. ENTRADA GRATUITA CON INSCRIPCIÓN. +INFO: AQUÍ.
Reseña: Con La esposa, Naruse puso punto final a la ”trilogía del matrimonio” iniciada con El almuerzo [1951] y continuada por Marido y mujer [1953], para la que había contado con la presencia unificadora del actor Ken Uehara en el rol masculino protagonista. De vuelta en su compañía matriz, Tōhō, el realizador recurrió a Toshirō Ide para guionizar su tercera incursión en el universo literario de Fumiko Hayashi. En esta ocasión, se trataba de adaptar la novela de 1948 Chairo no me [Ojos marrones, en alusión al cambio de coloración –obviado en la película– que sufre el iris de la protagonista al encolerizarse con su marido], que había sido publicada también, aunque con menor éxito, en Asahi Shinbun. Acaso porque el estudio –volcado por entonces en promocionar a su gran valor en ciernes, Akira Kurosawa– se hallaba demasiado ocupado para ejercer el control sobre la producción, Naruse gozó de la libertad suficiente para conservar el tono descorazonador empleado por Hayashi en su descripción de la vida marital japonesa, entregando una película mucho más compleja y oscura que, pese a ello, obtuvo unos buenos resultados en taquilla.
Una de las diferencias más notables que se observan al comparar La esposa con sus películas anteriores es el modo claustrofóbico en que Naruse presenta el hogar donde transcurre la cotidianidad del matrimonio Nakagawa. Debido a que el resto de habitaciones de la casa se encuentran alquiladas o dispuestas para ello, la pareja comparte un pequeño espacio formado por dos estancias, una cocina y un estrecho engawa asomado a un jardín igualmente reducido y al que apenas llega el reflejo del sol, dotando al interior de una atmósfera cargada y sombría. Junto a ello, la rígida geometría reticular de los shōji que cubren el fondo, así como los huecos rectangulares de los paneles separadores y la celosía acristalada del exterior, contribuyen a realzar la situación de bloqueo que oprime a los personajes, cuya figura se nos presenta no pocas veces reencuadrada tras una maraña de líneas ortogonales. De ahí que los momentos liberadores que Jūichi comparte con Fusako, siempre en exteriores bañados de luz o en espacios diáfanos sacudidos por vibrantes estímulos (museos, cafeterías...), contrasten tan vivamente con la pesadumbre de su encierro doméstico. Hasta el punto de hacernos olvidar que es su esposa Mineko la que permanece atrapada día y noche en ese ambiente enfermizo al que uno y otro se sienten encadenados, pero del que ella no podrá salir nunca sin poner en riesgo su propia identidad como mujer.
Aythami Ramos